El libro recupera y reflexiona sobre la teoría hermenéutica de Diego Lizarazo.
Mauricio Andión Gamboa – Dona Arrieta Barraza
Al presentar los materiales que componen este libro, nuestro objetivo principal es acercar una comunidad de lectores, académicos, profesores, investigadores, estudiantes o público interesado al entendimiento de la condición humana y el papel de la imagen en nuestro tiempo. Y, en este proceso, introducirlos al pensamiento y obra del maestro Diego Lizarazo, así como a su proceso de exploración del tiempo y la compresión de la imagen en el contexto de la sociedad y la cultura contemporáneas. Para ello, proponemos un acerca- miento pluridimensional a su obra, desde las múltiples miradas de una serie de académicos e intelectuales, colegas, compañeros de distintas universidades interesados en el trabajo del maestro, incluyendo una mirada autocrítica del autor sobre su trayectoria académica y profesional, a través de distintas entre- vistas sobre su vida, obra y diversos tópicos relacionados con su trabajo académico y creación mediática. Contiene, también, un conjunto de reseñas sobre algunas de las obras más recientes y representativas del autor y un anexo con las referencias a la obra completa creada hasta el momento.
De este modo, el libro que aquí presentamos constituye un acercamiento rizomático y multidimensional al pensamiento y la persona de Diego Lizarazo. No tiene un principio o un final, es decisión del lector de qué forma aproximarse al texto que por su estructura es posible abordar de distintas maneras. Se puede comenzar leyendo un poco sobre su obra en las reseñas de algunos de sus trabajos más recientes, luego, ir a las entrevistas y conocer más del autor, o viceversa, o quizá entrar de lleno con los artículos especializados, escritos por académicos de distintas nacionalidades y colegas del autor, que escriben sobre el significado de sus aportaciones en los diferentes campos de las humanidades, particularmente, los campos de la hermenéutica de la imagen, la estética y su correlato en una nueva epistemología política. Sea cual fuere el acercamiento, confiamos en que la experiencia será grata e intelectualmente estimulante.
Contexto del debate filosófico en el que se inscribe el pensamiento de Diego Lizarazo
Nos encontramos en un momento crucial de la historia de la civilización hu- mana. Una coyuntura sociotécnica en la que se requiere que todas las sociedades humanas en el planeta, interconectadas globalmente por medio de las tecnologías digital y cibernética, se unan para afrontar los enormes retos que amenazan tanto al género humano como a toda la vida en la tierra, en esta nueva fase de la modernidad: el cambio climático, el holocausto nuclear o la irrupción de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial (IA), la internet 3.0, la robótica o la genómica aplicadas en lo que se prefigura como una Cuarta Revolución Industrial.
Vivimos en una etapa del Antropoceno que Manuel Castells denomina como la Era de la Información, un periodo en el que el sistema capitalista corporativo, informacional y financiero se ha expandido a nivel global en las sociedades humanas, de tal forma que se ha trasformado rápidamente en un sistema social hipermediatizado, hipercomplejo, globalizado e informatizado, la sociedad red, en la que las constantes son la producción, distribución y flujo permanente de información, las fluctuaciones financieras y la aceleración en los cambios sociales, políticos y culturales. Un sistema social global gobernado por algoritmos, tan eficiente y racional que transforman al sujeto en un paquete informático integrado al sistema. Así, el ser humano se ve reducido al papel de prosumidor incesante de información, funcional al sistema como un nodo en las redes virtuales a través de las cuales se articula la sociedad global en el ciberespacio.
En este contexto, las sociedades contemporáneas necesitan urgentemente espacios y tiempo para pensar y repensar el significado de lo humano. El humanismo, como corriente ideológica, fundamentó el surgimiento de la Modernidad y en el Renacimiento europeo se incorporó a la cultura occidental3. Se reformula durante la Ilustración, en el siglo XVIII, y reaparece más tarde en el humanismo marxista del siglo XIX y el humanismo existencialista durante el siglo XX. Desde entonces, todas estas corrientes han servido como justificación ética y estética para toda acción humana.
Sin embargo, en estos tiempos líquidos, hipermodernos, propios del siglo XXI, esta visión de lo humano se encuentra en crisis en Occidente, siendo cuestionada por diferentes corrientes filosóficas que se enmarcan dentro de las líneas de pensamiento que se conocen como post y transhumanistas, tal como lo explican Mariana Isabel Herazo-Bustos y Carlos Arturo Cassiani-Miranda es su artículo «Humanismo y poshumanismo: dos visiones del futuro humano»: El humanismo y el poshumanismo son movimientos intelectuales diferentes y relacionados para el entendimiento del ser humano. El humanismo renacentista y de la modernidad plantea que el ser humano es el sujeto autónomo de la modernidad, dueño de la voluntad y poseedor único de la razón, que lo distingue de las demás especies. Este humanismo, visión del mundo que sustentó el pensamiento occidental durante años, ha sido severamente criticado por los filósofos que destacaron sus limitaciones teóricas y éticas inspiradas por la aparición de la cibernética y las nuevas tecnologías. El poshumanismo, mediante la investigación científica y las tecnologías avanzadas, aboga por la reconfiguración de la naturaleza humana y la creación de seres biológica y tecnológicamente superiores al Homo sapiens; esto es posible mejorando el funcionamiento del cerebro, controlando la procrea- ción, retrasando el envejecimiento, y así lograr la inmortalidad. El acaecimiento de esta forma de ver mundo puede ser superado desde la nostalgia humanística,
El debate filosófico estalla a finales de 1999, a partir de una crítica que Jürgen Habermas hace a una conferencia presentada por Peter Sloterdijk llamada «Normas para el parque humano». No obstante, desde los años ochenta del siglo pasado comenzaron a circular en el campo académico occidental términos como deconstrucción, posmodernismo, poscolonialismo, que cuestiona- ban los fundamentos epistemológicos de la Modernidad y del orden mundial establecido, al mismo tiempo que proclamaban el fin de las utopías y de las ideologías totalizantes, así como un cambio radical en la cultura.
Iniciaba una nueva era, un nuevo siglo, el de la velocidad y el ciberespacio. El siglo del empoderamiento de las periferias ante las metrópolis, el de la re- volución digital. Un tiempo nuevo que dejaba atrás el humanismo tradicional para abrir la puerta a otras concepciones de lo humano y a otras subjetividades: el cyborg, el hombre numérico, el hombre simbiótico.
Los humanismos del siglo XX, que tenían como base epistemológica el logos y al hombre como medida de todas las cosas, ya no se adecuaban a la nueva Era de la información, caracterizada por el cambio acelerado, pro- ducto del vertiginoso desarrollo científico, y sus secuelas en las múltiples revoluciones tecnológicas que estamos presenciando. De esta forma, ese humanismo tradicional, que había sido inspirado en la cultura del libro y en el canon de los fundadores de la filosofía y la historia occidental, comenzaba a ser obsoleto frente a los descubrimientos de la neurociencia, que dan respuestas nuevas a conceptos fundamentales como: razón, emoción y consciencia. Por último, debe tomarse en cuenta otra serie de nuevos des- cubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro humano y el desarrollo de las biotecnologías, que ha transformado las antiguas ideas sobre de la naturaleza humana.
Durante el siglo XXI, el desarrollo científico y tecnológico ha despertado la imaginación sobre las posibilidades de crear nuevas realidades tecnológicas que sean, cada vez más, una parte intrínseca de los humanos. Vivimos en un tiempo en que hay un claro predominio de la cultura digital y el pensamiento visual sobre la cultura letrada. En este contexto, los humanismos eurocéntri- cos, tanto el renacentista clásico como el humanismo marxista de la Primera Revolución Industrial o la corriente existencialista de la posguerra, ya no es- tán respondiendo a las inquietudes y necesidades de las nuevas generaciones que pasan gran parte de su tiempo frente a las pantallas de sus dispositivos tecnológicos móviles, en el ciberespacio, y a quienes la ciencia les habla de la posibilidad de transformar sus cuerpos, sus mentes y su propia identidad con las aplicaciones de las nuevas revoluciones tecnológicas.
La reflexión filosófica sobre esta nueva era tecnológica tiene representantes reconocidos en Europa y el mundo occidental, como Lyotard, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Jean Baudrillard, Gilles Lipovetsky, Bauman y, más recientemente, Byung-Chul Han, entre otros filósofos contemporáneos que han debatido los fundamentos y límites de la posmodernidad, descentrando la idea de un sujeto autónomo racional, con una esencia que lo hace un individuo humano único e irrepetible. Sin embargo, quien da por finalizada la era del humanismo es el filósofo alemán Sloterdijk, quien ha utilizado el término poshumanismo para hablar de una nueva era en el pensamiento occidental.
Los términos poshumanismo y transhumanismo confluyen en tantos puntos que muchos autores los usan de manera indistinta por considerarlos prácticamente sinónimos, ya que en ambos casos se trata de la intervención en lo natural y humano para modificarlo y convertirlo en post o transhumano, es decir, en un organismo que trasciende los límites biológicos y naturales propios del género. En ese sentido, las dos corrientes buscan anular las fronteras entre lo natural y lo artificial. En la actualidad, el debate filosófico se mantiene más vivo que nunca, planteando nuevos problemas éticos y estéticos derivados del uso y aplicación de las nuevas tecnologías de vigilancia, control e ingeniería social y sus efectos en la vida humana y la de otras especies en el planeta. Hoy más que nunca, las humanidades en Occidente están empezando a abrirse a nuevos paradigmas de pensamiento, provenientes de la periferia, que proponen alternativas a las corrientes post y transhumanistas propias de la hipermodernidad. Estamos comenzando, como sociedad y como comunidad académica global, a repensar y comprender la condición humana y su naturaleza desde otras perspectivas, debido a las nuevas condiciones de existencia que ha impuesto esta era tecnológica en la que vivimos. De este proceso se deriva la emergencia de epistemologías y líneas de pensamiento crítico novedosas, así como el desarrollo de nuevos valores éticos y estéticos, alternativos a los de las sociedades hipermodernas occidentales.
Es en este momento del debate filosófico sobre la condición y naturaleza de los seres humanos en la hipermodernidad que se inscriben la obra y los aportes del maestro Lizarazo en los distintos campos de las humanidades en los que ha trabajado y participado. Su pasión por el conocimiento y profundo interés por el lenguaje lo han conducido a pensar sobre la condición humana desde el problema de la significación y la construcción de sentido en las comunidades humanas, y a recurrir a la interpretación como una vía para compren- der lo humano y el sentido de la vida de la sociedad contemporánea.
En un reciente artículo intitulado «Antropotécnia e indolencia de mundo: Una hipotética correspondencia entre Heidegger y Sloterdijk», Lizarazo apunta sobre la crisis de sentido del humanismo tradicional en la sociedad contemporánea:
Se trata sobre la indagación, en un orden filosófico, sobre las concepciones que los seres humanos tenemos sobre nosotros mismos y del lugar que ocupamos en el sistema complejo de la vida… Es decir, la configuración de lo humano no es ni un designio a priori ni una forma inalterable, sino que históricamente ha tenido mutaciones que traen consecuencias sustantivas sobre la vida humana y la vida de la naturaleza. En última instancia se trata de la posibilidad de establecer dos órdenes de relaciones: historia-concepción de lo humano; concepción de lo hu- mano-mundo histórico y de la vida. En su trayecto intelectual, Lizarazo ha logrado construir un pensamiento propio que se funda en una mirada estética arraigada en la experiencia latinoamericana y enmarcada en una visión poscolonial del mundo. Desde esta postura, ha hecho aportes significativos en distintos campos de las humanidades, comenzando por la filosofía latinoamericana –particularmente, en los campos de la estética y la epistemología–, continuando con los estudios culturales y de la comunicación e, incluso, contribuyendo en los campos de la educación, las artes mediáticas y las humanidades digitales.
Orígenes y formación del maestro Diego Lizarazo
Para presentar esta obra, quisiéramos que esta introducción sirviera también para dar un mínimo contexto sobre los orígenes y la formación de Diego Lizarazo, este maestro y pensador latinoamericano de nuestro tiempo; un intelectual que mira los actos icónicos y sus múltiples capas de significado y representación, un ser que mira las miradas y a los mirantes. En su obra se ve plasmada su potencia intelectual, su capacidad crítica y su gran calidad hu- mana, grandes virtudes que no son resultado del azar, sino que, haciendo un breve ejercicio hermenéutico a su biografía, podemos entenderlas en el contexto de sus orígenes sociales y culturales, en su vida en Colombia y México, su genealogía, su educación, su personalidad, su formación académica y, por supuesto, en las decisiones tomadas y los caminos elegidos. Nuestro autor creció en el seno de un hogar cálido, con espacio para la expresión de la creatividad y el pensamiento infantil, pero también con nociones de responsabilidad y colaboración en las que el género no era una condicionante de los roles que se otorgan por estereotipo; todos aprendían a hacer de todo, procurando el bienestar común. Su padre migró del campo a la ciudad de Bogotá buscando trazar su propio camino y, sin haber tenido la debida educación, llegó a ser un mecánico autodidacta reconocido por su impecable trabajo y logró extender su negocio hacia algunos lugares dentro del país. Fue bien conocido por su sabiduría y su poder narrativo; los mitos y las verdades cobraban vida en sus elocuentes relatos. Su madre, por otro lado, estudió hasta el más alto grado permitido para una mujer en aquella época: la preparatoria. Fue ella quien despertó en sus hijos el interés por la literatura, avivó su chispa intelectual y, bajo su cuidado, florecieron todos en un ambiente pleno de ternura, afecto y solidaridad. Su hermano mayor, Eduardo, fue un gran amigo e influencia en Diego, bajo su cobijo se introdujo a un vasto mundo intelectual y con él realizó importantes trabajos de campo; ambos compartían esa inclinación hacia lo social y los proyectos que realizaron juntos dejaron una huella importante en nuestro autor, como veremos.
La Colombia de los años setenta, que vio nacer al noveno y último hijo de la familia Lizarazo Arias, estaba plagada de conflictos sociales, tensiones políticas nacionales, y ejercidas desde el extranjero, de represión y también de ideologías antisistema, de ascensión del narcotráfico. Los ciudadanos colom- bianos adquirían entonces compromisos de carne y hueso. Es en medio de esta sociedad convulsa que transcurren los primeros años de Diego Lizarazo.
Para la década de los ochenta, diversos actores armados se disputaban territorios, dominios político-militares, control de plazas y rutas para negocios criminales (narcotráfico, secuestros, robo de tierras, trata de personas…). El paramilitarismo se desplegó por todo el país, particularmente bajo la forma de autodefensas tuteladas y pagadas por terratenientes, ganaderos, políticos, colonos, narcotraficantes, mineros y empresarios. Se enfrentaban, especialmente, con las guerrillas de izquierda. En ese contexto, las poblaciones campesinas y suburbanas de las periferias pobres se convirtieron en rehenes y, en muchos casos, en objeto de azogue y crueldad por tan diversas fuerzas –incluyendo facciones del ejército y las policías– que los desplazaban de sus tierras, los explotaban, o los convertían en objeto de amedrentamiento y control poblacional. El llamado a la colaboración, a la acción, eran gritos ineludibles, tambores batientes en la conciencia social de algunos que dirigieron sus pasos a ver al otro, a conocer su vida y sus necesidades y formar parte en la gestación de proyectos cuyo epicentro estuviera en dichas comunidades; sus ondas se extendieron con tal fuerza que lograron una gran ruptura, como producen las ondas de los sismos fallas sobre la tierra. Eduardo Lizarazo, hermano mayor de Diego, creó una organización no gubernamental (ONG) que, entre otras cosas, abordaba comunidades marginales que habían vivido o vivían situaciones de agresión y violencia. Algunos de sus proyectos se realizaron trabajando en conjunto con otros organismos, por lo que Diego fue continuamente convocado a producir investigaciones y proyec- tos de acción social que buscaban generar condiciones de protección comunitaria y estrategias para transitar de la violencia hacia la paz.
A muy temprana edad, Diego Lizarazo migró a México, como estaba invisiblemente dispuesto en su historia familiar; cada uno de sus hermanos tenía en el trazo de su vida el momento de elegir otro lugar en el cual desarrollarse. En México, nuestro autor exploró desde su llegada las áreas de su interés; es- tudió las carreras de Antropología y Ciencias de la Comunicación simultánea- mente, esfuerzo que fue truncado por su estatus de migrante, impidiéndole continuar con la Antropología. Diego se abocó entonces al estudio de la li- cenciatura en Comunicación, que en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Xochimilco, donde se formó, tiene un particular enfoque so- cial. Es en la etapa universitaria en la que explora las realidades de su país de residencia y donde adquiere simbólicamente la nacionalidad mexicana. Todo esto sin abandonar sus proyectos de corte social en su natal Colombia. Entrando en la década del dos mil, se desarrolló un valioso proyecto con poblaciones desplazadas por la violencia, asentadas en las zonas suburbanas de Montería, Bucaramanga, Barranquilla, Soacha, Bogotá y Cali. De aquellos días, Diego recuerda con especial pregnancia el trabajo desarrollado en el dis- trito de Aguablanca, en las zonas marginales de la ciudad de Cali, en donde conoció de cerca la experiencia atroz vivida por familias, la mayor parte pro- veniente del Pacífico colombiano, que huyendo de la violencia se refugiaban en las orillas de la ciudad. Sobre todo, quedó grabada una de esas voces: doña Martha, una mujer que rondaba los cincuenta años, con quien tuvo la oportu- nidad de producir un pequeño documental de video que desafortunadamente se extravió en el tiempo. Esta fue una de aquellas experiencias que hoy llegan a nosotros en forma de relato, y que han formado parte fundamental en el Diego Lizarazo de la actualidad y en su capacidad para mirar al otro. Aquella doña Martha, proveniente de una población en el departamento andino de Antioquia, se vio obligada a huir junto con sus hijos después de que su esposo fuera asesinado por paramilitares. Dejó su casa, su huerto y sus animales ante la amenaza de ser asesinada junto con sus niños. Atravesó, en medio de la zozobra, la cordillera occidental hasta llegar a Cali, donde finalmente se asentó. Cuenta nuestro autor que es inolvidable la expresión con que definió el notable giro que ella dio a su vida: «Pasé muchos días llorando, hasta que me cansé de tanto llorar, y supe que tenía que hacer algo». Y ese algo no fue menor: inició con la organización de una «olla comunitaria», en la que, con las limosnas que la gente les daba y con los escasos trabajos que algunos conseguían, dio de comer a las familias, bajo la claridad de que reunir lo poco de muchos permite comer mejor, que lo alcanzado cuando se come solos. Después, vino una cooperativa de costureras en la que creció una economía de mujeres que mejoró la vida comunitaria, luego, un ejercicio justo de presión social para demandar al Estado atención a las comunidades de desplazados. Al momento en que los hermanos Lizarazo arribaron, se había formado una escuelita en un pequeño salón conseguido por su persistencia, donde se dieron las primeras clases en las que los niños desplazados comenzaron a formarse. Eduardo y su equipo –del que Diego formaba parte– asesoraron y desarrollaron diversos proyectos que apoyaron esas y otras iniciativas. Después de un tiempo, doña Martha traía en la cabeza otra nueva idea.
«Allá nos mataban con pistolas, aquí nos matan con el lápiz», decía doña Martha en referencia a la fatal muerte ocasionada por las burocracias, la in- sensibilidad institucional y el desdén oficial ante las poblaciones marginales. Doña Martha se proponía, para confrontar esa ignominia, estudiar leyes. Así fueron las ondas expansivas de aquellos esfuerzos comunitarios, para ellos y para otros que hemos sido afectados de alguna manera. Este es uno de aque- llos proyectos que Eduardo y Diego Lizarazo realizaron juntos y que hemos rescatado del secuestro del tiempo para no omitir su relevancia en la vida de nuestro autor.
Sus principales líneas de acción académica
También es notable la labor que Diego Lizarazo ha realizado como docente e investigador. Desde que inició la maestría en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), impartió clases en la Ciudad de México, en instituciones públicas y privadas en los niveles de licenciatura y posgrado, sembrando en cada uno de sus alumnos –dicho desde la experiencia propia y la compartida– semillas de diversas clases que, al abrirse dentro de la tierra fértil que preparó, echan raíces profundas y hacen crecer de sus tallos árboles de gran tamaño que dan buenos frutos, y así florecen otras formas de mirar y ser mirado. Como en otras áreas de su vida, el maestro Lizarazo es un profesor que da con corazón generoso y siempre afable, y es en los inicios de esta faceta de su vida cuando explora el pensamiento posmoderno y el nihilismo, los cuales veremos reflejados en algunos conceptos de su obra. Ante la posibilidad de hacer su doctorado en Estados Unidos, Diego decide continuar su preparación académica en la UNAM, en donde había finalizado su maestría. Ahí se adentra en la hermenéutica, disciplina que agudizó su particular forma de mirar con profundidad.
Desde entonces hasta ahora, su recorrido académico y su pensamiento han atravesado por tres grandes momentos en los que ha prevalecido su interés en el problema de la significación y la comprensión de la condición humana en las sociedades contemporáneas:
- Abordaje en el horizonte simbólico imaginal a través de la semiótica.
- Búsqueda de la comprensión y de las condiciones de interpretación a tra- vés de la hermenéutica.
- Interrogación de las posibilidades de la vida y los vivientes en el límite de la sobrevivencia a través de la estética –entendida no en el ámbito de las formas y los cánones, sino de la aestesis–.
A lo largo de su fructífera carrera académico-profesional, Lizarazo ha teni- do muchos logros, premios y reconocimientos por sus aportes a los campos de las humanidades y las artes mediáticas (cine, televisión y video). Es autor de más de cien artículos sobre hermenéutica de la cultura, teoría de la imagen y filosofía del lenguaje. Ha publicado ocho libros individuales y ha fungido como coordinador o coautor en diecisiete libros sobre los mismos temas. Ha recibido múltiples galardones, como el Premio Orlando Fals Borda 2005 por Investigación y Trayectoria Académica en Sociedad y Cultura (Instituto de Comunicación y Cultura, Bogotá); el Premio 2007 a las áreas de Investigación (UAM); el Premio 2008 a la Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (UAM); el Premio Internacional de Filosofía Estética 2009; y, más recientemente, el Premio Nacional de Ensayo sobre Fotografía 2021 (Se- cretaría de Cultura / Centro de la Imagen, México). Como realizador audiovisual ganó el primer lugar en los Premios Televisión de América Latina con la serie Interferencias. Irrupciones al sentido común y sobre la teoría crítica con- temporánea (2017), producida para el Canal 22, en México. Obtuvo el primer lugar de la Muestra Nacional de Imágenes Científicas 2018 (UNAM-Instituto
Mexicano de Cinematografía) con el microvideo animado «Jacques Lacan: el lenguaje nos habla». Su serie Pensar el arte, producida para el Canal 22 fue finalista en diversos festivales internacionales de artes audiovisuales y cine- matográficas.
Pero quizá uno de sus mayores aportes a la sociedad y la cultura universal sea su mirada, y su forma de interpretar las imágenes en el tiempo. Diego Lizarazo es, sin lugar a duda, un autor y pensador latinoamericano, un hombre de su tiempo y desde su circunstancia ha creado un cuerpo de conocimientos vasto y profundo que le ha permitido comprender al ser humano como un ser en el mundo. Su pasión por el lenguaje, la comunicación humana, la significación y las imágenes contemporáneas lo han conducido a revelar a la mirada como una postura epistémica desde donde podemos conocer el mundo, que queda plas- mada en su teoría sobre la estética de la mirada y actualizada en su obra artística e intelectual.
Julio de 2023